Páginas

martes, 20 de enero de 2009

Reflexión de un jugador

Papá, ¿qué estás haciendo?

No sé cómo decírtelo. Seguramente crees que lo haces por mi bien, pero no puedo evitar sentirme raro, molesto, mal. Me regalaste el balón cuando apenas empezaba a andar. Aún no iba a la escuela cuando me apuntaste al equipo. Me gusta entrenar durante la semana, bromear con los compañeros y jugar el sábado, como lo hacen los equipos grandes. Pero cuando vas a los partidos… no sé. Ya no es como antes. Ahora no me das una palmada cuando termina el partido, ni me invitas a un bocata. Vas a la grada pensando que todos son enemigos. Insultas a los árbitros, a los entrenadores, a los jugadores, a otros padres… ¿Por qué has cambiado?

Creo que sufres y no lo entiendo. Me repites que soy el mejor, que los demás no valen nada a mi lado, que quien diga lo contrario se equivoca, que sólo vale ganar. Ese entrenador del que dices que es un inepto, es mi amigo, el que me enseñó a divertirme jugando. El chaval que el otro día salió en mi puesto… ¿Te acuerdas? Sí, hombre, aquel que estuviste toda la tarde criticando porque “no sirve ni para llevarme la bolsa”, como tu dices. Ese chico va a mi clase. Cuando le vi el lunes, me dio vergüenza.

No quiero decepcionarte. A veces pienso que no tengo suficiente calidad, que no llegaré a ser profesional y a ganar cientos de millones, como tú quieres. Me agobias. Hasta he llegado a pensar en dejarlo, pero, ¡me gusta tanto!...

Papá, por favor, no me obligues a decirte que no quiero que vengas a verme jugar.

No hay comentarios: