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viernes, 9 de noviembre de 2007

Articulo de Juanjo Moreno

Si llegas a “sentir” el equipo, tendrás esa riqueza para siempre

Uno de estos días de las fiestas de Durango fui al Polideportivo Landako. Allí se estaba comentando que algunos jugadores o jugadoras del Club, recalco el “algunos o algunas”, no se habían cuidado debidamente para estar en forma en el partido.


Todos podemos tener algún fallo, pero me preocupó especialmente una idea que flotaba: hay algunos o algunas que no consideran ni planteable la idea de dejar una noche de fiestas porque tengan un partido. Y eso si me dio pena, me dio pena por ellos, por lo que se están perdiendo. Por eso, por si les convenzo, voy a enumerar algunas de las cosas que se están perdiendo:

Se están perdiendo la propia autoestima. Mirarme al espejo y poder decir: “Soy una persona que no le fallo a mi equipo”. Me saldrán mejor o peor los entrenamientos y partidos, pero tengo la satisfacción de cuidarme y hacer todo lo que puedo. “Yo no le fallo a mi equipo”.

Se están perdiendo la estima y la credibilidad de los compañeros y compañeras, de los entrenadores, directivos, del entorno del equipo y del Club. Una o varias noches de juerga no valen nada comparadas con el hecho de que la gente se fíe de ti, sepa que puede contar contigo con toda seguridad.

Se están perdiendo poder entrar en la parte más hermosa de la historia de un Club: aquélla en la que se recuerda a la gente que ha hecho que el Tabirako sea respetado y querido. Y lo que es peor, no están contribuyendo a que crezca ese respeto y admiración, sino a disminuirlos.

Se están perdiendo la oportunidad de experimentar de verdad lo que es un equipo. Quien ha “sentido” a los compañeros, al equipo, llevará siempre eso consigo. Sabrá valorar después lo mucho que recibe de otros en la vida y sabrá aportar en su entorno lo mejor de sí mismo, y eso se parece mucho a la felicidad.

Quien ha estado en un equipo y no se ha entregado como para alcanzar ese sentimiento, no sabe lo que se ha perdido. Ha corrido, ha tirado a cesta, ha tenido la ficha, ha llevado la ropa del Club, pero ni ha llegado a pertenecer al mismo ni el paso por el equipo le ha hecho crecer de verdad como persona.

¡Cuánto bien me hizo la llorera que eché a los 19 años en la ducha de un vestuario perdido de Huesca! Era un partido decisivo para ascender a la máxima categoría. Yo era importante para mi equipo, el Iberia de Zaragoza. Había mucha rivalidad y por eso los contrarios y el público se dedicaron a marcarme malamente y ponerme nervioso. Me pasé el partido pensando en el árbitro y en lo injusto de la situación. Aporté muy poco y perdimos. Como he dicho, en la ducha lloré amargamente porque les había fallado a mis compañeros. Pero allí, en aquella ducha me juré a mí mismo: “Nunca más me distraerá nada de hacer todo lo posible por mi equipo”.

Es uno de esos momentos en que sientes que te haces hombre. Aquella decisión me hizo mucho bien como jugador, fue clave para que después pasara a ser parte de la historia del Iberia. Pero, además, me ha valido para todas las situaciones de la vida.


Juanjo Moreno

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